• Aikido y Shiatsu - por Gustavo Romano

    Aikido y Shiatsu

    jueves, 25 de febrero de 2010

    02:55 a.m.


    por Gustavo Romano

     

               Existe un punto, un espacio / tiempo en que algunas cosas que parecen contrarias se encuentran en armonía.

    Sea tal vez este el principio de los opuestos complementarios, oscuridad y luz, frío y calidez, rigidez y flexibilidad, todos ellos compartiendo una danza seguramente incomprensible para nuestros sentidos desarrollados para lo material.

      Reconozco que siempre he sentido particular atracción por las artes guerreras y las artes curativas.

                       Sólo pasados los años, fue aclarándose en mí y tomando forma el camino que indefectiblemente me guiaría en adelante.

                                      En tiempos de energía y verdadera plenitud (es decir: juventud) investigué las artes guerreras como compensación a mis temores e inquietudes reprimidas; así como a los peligros concretos de la vida cotidiana, seguramente como mucha gente. Fui ganando en técnicas de ataque y defensa, en formas creadas para enfrentar a varios oponentes en diversas situaciones.

     

                       Fueron suficientes unos pocos años de práctica para comenzar a sentir que algo en mí no estaba completo, que a pesar de haber ganado serenidad interior gracias a la seguridad que brinda el dominio de técnicas de combate, existían vacíos por completar, preguntas por responder.

              Quizás por propia búsqueda no tan impensada, descubrí un arte extraño, difícil, extravagante, delirante en sus formas, incomprensible en sus movimientos complejos, lejano por el tiempo que llevaría ascender en graduación, algo tan importante en esa época (parece que en esta también).

                     La experiencia que cargaba era exactamente lo opuesto.

     

                             A pesar de todo, decidí dar el salto hacia esas técnicas poco prácticas para su aplicación mundana: Así comencé la práctica de Aikido.

     

                      Confieso que mis primeros años fueron de gran esfuerzo no sólo paradójicamente físico, sino también mental ya que el Tae Kwon Do es bien claro y directo; además era poseedor de una particular facilidad en técnica y destreza, tal vez por mi contextura física (todavía conservo algo de aquello).

                 Fue extraño por algún tiempo, sentir cansancio durante la nueva práctica teniendo en cuenta que venía de años de entrenamiento intenso, fuerte y continuado. Sin embargo cada clase de Aikido requería más y más aire que parecía alejarse de mi. Aprender a respirar debidamente, esa sorpresa inesperada que nunca debo olvidar.

     

                   A poco de comenzar conocí a nuestro conductor, Kurata Sensei. Desde el primer momento en que lo vi, supe que se trataba de un ser absolutamente diferente, totalmente distinto a lo que su figura refleja. Quedé impactado por su humildad. Todavía tengo grabado en mis retinas el momento en que recibía una placa conmemorativa durante el segundo Encuentro Nacional de Aikido.

     

                             Mientras mi cuerpo cambiaba de rígido a flexible, de bloquear a dejar pasar, sufrí algunas molestias que llamábamos "lesiones"; no eran más que antiguas formas que se negaban a abandonar mi espíritu haciéndose notar.

     

                                En una oportunidad, mi brazo izquierdo estaba paralizado desde el codo por un dolor punzante, agudo y persistente, que iba en aumento y subía hacia mi hombro con el correr de las horas.

                         Mi Sensei Daniel Morales, ofreció aplicarme Shiatsu, lo había adquirido de su (nuestro) Maestro Kurata años atrás. Para entonces Shiatsu era algo totalmente desconocido para mi.

                            Con total descreimiento acepté su oferta con tal de hacer algo para que esa terrible molestia desapareciera. Nunca me gustaron los calmantes o medicamentos para mitigar el dolor de las lesiones, era mi forma de acostumbrar al cuerpo para la batalla; pero esta vez la molestia no daba tregua.

                      Como pude llegué una noche hasta la casa de Sensei Daniel quién con su eterna sonrisa me pidió que me recostara en un tatami improvisado.

                    Mi dolor era mayor que cualquier falta de Fe, así que traté de relajarme y permitir que sus dedos presionaran cerca de la zona en conflicto. Después de un rato de esas extrañas presiones que se sentían como agujas, me dijo que el dolor se iría corriendo hacia mi mano, después hacia mis dedos hasta desaparecer; sólo haría falta que cumpliera con un par de visitas más.

     

                   Como cualquier persona que no conoce el tema, salí algo desilusionado ya que me pareció una solución muy sutil en comparación a mi dolor. La gran sorpresa apareció antes de transcurrida una hora cuando comencé a sentir en forma de cosquilleo, un suave alivio lento y cálido. Realmente no podía creerlo. Las molestias desaparecieron por completo terminadas las tres sesiones tal cual él había predicho.

                                Así conocí el Shiatsu y así me impactó.

     

             Pocos años después de comenzada mi práctica de Aikido, habiendo conocido a Kurata Sensei, y gracias a la relación que naturalmente se fue estableciendo por mi colaboración con el sonido y filmaciones en los Encuentros Nacionales y algunos Seminarios (además por supuesto de mi práctica mantenida de Aikido y los exámenes que él personalmente tomaba) supe que estaba preparando uno de sus últimos cursos anuales de Shiatsu.

     

                        Siguiendo fielmente las costumbres traídas de su Japón natal, ofrecía un curso por año a doce personas. Tuve el honor y la suerte de ser invitado a formar parte de uno de sus grupos.

                             Un nuevo camino se iluminó. No solamente por las nuevas experiencias que vivía, sino porque fui descubriendo dentro mío una energía que estaba latente y buscaba su canal para fluir. Una muestra más de la sabiduría de Sensei Kurata, quién tuvo una particular charla conmigo que me llevó a seguir su curso sin vacilar.

     

                  Poco a poco fui descubriendo lo que el Maestro tal vez quiso decirme a su forma: el Shiatsu ya descansaba en mi interior, era cuestión de aprender sus mecanismos y dejarme llevar.

     

                            Los años que siguieron tuve oportunidad de aplicarlo en forma continua e intensiva; mucha gente acudía a mi para sacarme algún “toque mágico” para aliviar su contractura o falta de energía.

                                El intercambio fue siempre - y sigue siendo - el denominador común, y debe ser por ese motivo que hoy, quince años* después de terminar mis estudios de Shiatsu y algunos más de Aikido, que creo haber llegado a vislumbrar un pequeño destello de lo que realmente significan estas disciplinas.

     

                           Comprendí que cualquiera puede lastimar, pero no cualquiera puede brindar alivio. Sentí que el Aikido y el Shiatsu de Sensei Kurata son una misma cosa, son un mismo camino hacia la Armonía del cuerpo, la mente y el espíritu.

     

                                     Hoy puedo decir que sigo sorprendiéndome frente a esas energías que fluyen en cada clase de Aikido, en cada sesión de Shiatsu.

                                  Es notable como cada punto, cada meridiano, cada contacto con un compañero de práctica, un Maestro, Instructor o un alumno, producen un movimiento interior único.

                            Debo decir aún con la misma admiración de los primeros días, que parece increíble que cada vez que aplico una sesión de Shiatsu,  no sólo no siento cansancio, sino que mi espíritu se carga de energía y Paz… como en una práctica de Aikido.

     

                              Es allí donde encuentro los opuestos complementarios, un arte marcial, aquello que quien no conoce a su fundador, O´Sensei Morihei Ueshiba, pensaría que fue creado para lastimar o destruir; y un arte curativo que utiliza las manos en forma exacta y precisa para brindar alivio, ambos sintetizados en el contacto con otro ser humano que necesita reorientar sus energías.

     

                               El camino sigue, las experiencias se acumulan y con ellas, pongo todo mi empeño en mantenerme coherente, firme en mis convicciones, atento a las necesidades de los demás y sobre todo, brindar lo que me es dado.

     

                                 No niego que muchas veces es difícil mantener el ánimo alto ya que los altibajos de las épocas no siempre ayudan. No obstante, sigo apostando mi vida a lo que me realiza como Ser, con la certeza de que nada nos llevaremos, salvo el haber recorrido el Camino que nuestro corazón indicó.

     

    *(esta nota fue escrita una noche hace casi doce años)

     

  • Qué está pensando realmente tu masajista - por Rona Berg (Castellano)
    ¿Qué está pensando realmente tu masajista? 
Él tiene sus manos sobre tu carne desnuda, entonces, ¿qué está pensando realmente?
Rona Berg informa sobre la vista desde arriba de la camilla de masaje. 
por Rona Berg https://www.oprah.com/health/what-masseuses-think-about-during-a-massage 
 Cuando nos desnudamos frente a un completo extraño, y luego dejamos que ese absoluto extraño nos toque, ¿esa persona se está concentrando en nuestra celulitis? ¿O pensando, simplemente amasaré esta masa de tejido, que pertenece al cuerpo número 18 que yace aquí hoy? La relación entre el cliente y el masajista es íntima. ¿O no? Judith Levinrad Norman, instructora del Instituto Sueco en la ciudad de Nueva York, la escuela de masajes más antigua de los Estados Unidos, describe lo que el terapeuta aporta: “No soy tímida, soy una persona extrovertida, pero sé que existe la posibilidad de sentir un poco de ansiedad durante un masaje. Prefiero que la gente se sienta lo suficientemente cómoda conmigo como para quitarse la ropa. Si, por ejemplo, tienes problemas en la espalda baja, hay cosas que puedo hacer para acceder a esos músculos, pero no tan bien si tienes tus pantalones. Cuando tuve mi primer masaje, dejé el mío puesto, y cuando me di cuenta de que debería haberlos quitado, ya era demasiado tarde. El tacto no siempre es algo seguro en la vida de las personas. No toco a los clientes al azar. Les doy la mano. Les pregunto cómo están y qué necesitan. No es sólo, "Hola, desnúdate, súbete a la mesa". Se necesita una gran cantidad de confianza para que las personas permitan que alguien fuera de su círculo las toque. A algunas personas les resulta más fácil que un extraño las toque. Como soy una profesional, la relación es clara: me pagan para que les ayude a sentirse mejor. El masaje para mí es como la meditación. Se trata de aclarar mi mente y estar tan presente en el momento como sea posible. Cualquiera puede hacer algo así nomás (unos simples movimientos de amasamiento). Pero es su presencia y conexión lo que hace que el trabajo sea profundo. Intento leer pequeños signos de malestar. Podría sentir que un cliente me está alejando de un área en particular. O una expresión facial puede darme una pista. Trato de no frustrarme con la dificultad de alguien para dejar ir. Las personas tienen más problemas para soltar su estructura pélvica: glúteos y caderas. Y cuando están luchando, pienso, vamos, déjalo ir, déjalo ir. Cuando siento que alguien finalmente se relaja, me digo a mí misma: ¡Sí! Colocar una sábana sobre las partes en las que no estoy trabajando permite un límite claro entre el cliente y el masajista. Trabajo solo en el área que está descubierta y los clientes lo saben, por lo que no tienen ansiedad. Nueva York tiene pautas específicas sobre esto. Al principio pensé que eran demasiado, pero ahora aprecio la claridad. Recientemente tuve un cliente que no era nada modesto. Estaba bromeando acerca de las sábanas, pero eso hizo que las cosas se sintieran seguras para mí, en caso de que tuviera alguna percepción errónea. Muchas personas, hombres y mujeres, no quieren un terapeuta masculino debido a la idea errónea de que existe una conexión sexual con el masaje. A veces las mujeres tienen miedo de acudir a un hombre porque temen que la vea a través de los ojos de un hombre de la calle. Pero es nuestra obligación ver las cosas de manera profesional. Si vas al médico para un examen de senos, confías en que tu médico está mirando tus senos como un trozo de tejido. Lo mismo pasa con nosotros. Hay diferentes tipos de contacto: cómo tocas a tu madre, cómo tocas a tu compañero de vida, y la forma en que toco a cualquier cliente pertenece a su propia categoría. Entonces, aunque te estoy tocando, hay ciertos niveles de intimidad que no me estoy permitiendo alcanzar. Pero tampoco estoy “no tocándote”… no me estoy distanciando. Si no se establece esa conexión humana, se pierde una enorme cantidad de eficacia. 
Tenemos nuestras respuestas emocionales hacia las personas, pero tenemos que reconocerlas y saber dónde ponerlas. Como cualquier profesional de la salud, también nos hacemos vulnerables. La primera vez que se conoce a un cliente, no se sabe quién es esta persona. También es más fácil trabajar con algunos clientes que con otros. Una vez, una cliente vino a verme mortificada porque no se había afeitado las piernas. Había leído en un artículo que las piernas sin afeitar eran motivo de preocupación para los masajistas. Le dije: "Trabajo con hombres que tienen mucho más vello que las mujeres y eso no entra en la sesión". Pero aún así creó un bloqueo en su capacidad para relajarse. 
 Somos una cultura activa de "vamos al gimnasio!", pero no somos una cultura de estar en casa con uno mismo. Después de haber trabajado en muchos cuerpos, se ve con las manos.
Ya no ves con tus ojos. No necesito mirar, mis manos lo saben." Rona Berg es la autora de Beauty: The New Basics (Workman).
  • What's Your Masseuse Really Thinking - by Rona Berg (original en inglés)

    What's Your Masseuse Really Thinking?

    She has her hands on your naked flesh—so what is she really thinking? Rona Berg reports on the view from above the massage table.

    by Rona Berg

    https://www.oprah.com/health/what-masseuses-think-about-during-a-massage



                    When we strip naked in front of a total stranger, then let that total stranger touch us, is that person zeroing in on our cellulite? Or thinking, I'll just knead this mass of tissue, which happens to belong to the 18th body to lie here today? The relationship between client and massage therapist is an intimate one. Or isn´t? Judith Levinrad Norman, an instructor at the Swedish Institute in New York City, the oldest massage school in the United States, describes what the therapist brings to the table:

     

                  I'm not shy, I'm an outgoing person, but I know there's the potential for a little anxiety during a massage. I prefer that people feel comfortable enough with me to take off their clothes. If, say, you have lower-back problems, there are things I can do to access those muscles, but not as well if you're wearing your pants. When I had my first massage I left mine on, and by the time I realized that I should have removed them it was too late.

     

                   Touch isn't always a positive thing in people's lives. I don't touch clients randomly. I shake their hand. I ask them how they are and what they need. It's not just, "Hi, get naked, get on the table." It takes a tremendous amount of trust for people to allow someone outside their circle to touch them. Some people actually find it easier to have a stranger touch them. Because I'm a professional, the relationship is clear: They pay me to help them feel better.

     

                   Massage for me is like meditation. It's about clearing out my mind and being as present in the moment as I can possibly be. Anyone can go like this [makes a kneading motion]. But it's your presence and connection that makes the work profound.

     

                   I try reading little signs of discomfort. I might sense that a client is steering me away from a particular area. Or a facial expression can give me a clue. I try not to get frustrated with someone's difficulty in letting go. People have the most trouble letting go in their pelvic structure—their butt and hips. And when they're struggling, I'm thinking, Come on, let it go, let it go. When I sense someone finally loosening up, I say to myself, Yeah!

     

                   Draping a sheet over the parts that I'm not working on allows a clear boundary between the client and the massage therapist. I work only on the area that's uncovered, and the clients know that, so they don't have anxiety. New York has specific guidelines about draping. At first I thought they were too much, but now I appreciate the clarity. I recently had a client who wasn't modest at all. He was making jokes about the draping, but it made things feel safe for me, in case he had any misperception.

     

                  Many people—men and women—don't want a male therapist because of the misconception that there's a sexual connection with massage. Sometimes women are afraid to go to a man because they're afraid he'll see her through the eyes of a man on the street. But it's our obligation to see things professionally. If you go to a doctor for a breast exam, you trust that your doctor is looking at your breast as a piece of tissue. It's the same with us.

     

                   There are different types of touch—how you touch your mother, how you touch your life partner—and the way I touch any client is in its own category. So although I'm touching you, there are certain levels of intimacy I'm not allowing myself to reach. But I'm also not “not touching you”, not distancing myself. If you don't make that human connection, you lose a tremendous amount of efficacy.

     

                    We have our emotional responses to people, but we have to acknowledge them and know where to put them. Like any health care professional, we make ourselves vulnerable, too. The first time you meet a client, you don't know who this person is. Also, some clients are easier to work with than others.

    A client once came to me mortified that she hadn't shaved her legs. She had read in an article that unshaven legs were massage therapists' pet peeve. I told her, "I work with men who have a lot more hair than women, and it doesn't enter into the session." But it still created a block in her ability to relax. We're an active, let's-go-to-the-gym culture, but we're not a be-at-home-inside-your-own-skin culture.

     

    After you've worked on a lot of bodies, you see with your hands. You don't see with your eyes anymore. I don't need to look—my hands know.

     

    Rona Berg is the author of Beauty: The New Basics (Workman).

     

  • ¿Qué está pensando realmente tu masajista? 
Él tiene sus manos sobre tu carne desnuda, entonces, ¿qué está pensando realmente?
Rona Berg informa sobre la vista desde arriba de la camilla de masaje. 
por Rona Berg https://www.oprah.com/health/what-masseuses-think-about-during-a-massage 
 Cuando nos desnudamos frente a un completo extraño, y luego dejamos que ese absoluto extraño nos toque, ¿esa persona se está concentrando en nuestra celulitis? ¿O pensando, simplemente amasaré esta masa de tejido, que pertenece al cuerpo número 18 que yace aquí hoy? La relación entre el cliente y el masajista es íntima. ¿O no? Judith Levinrad Norman, instructora del Instituto Sueco en la ciudad de Nueva York, la escuela de masajes más antigua de los Estados Unidos, describe lo que el terapeuta aporta: “No soy tímida, soy una persona extrovertida, pero sé que existe la posibilidad de sentir un poco de ansiedad durante un masaje. Prefiero que la gente se sienta lo suficientemente cómoda conmigo como para quitarse la ropa. Si, por ejemplo, tienes problemas en la espalda baja, hay cosas que puedo hacer para acceder a esos músculos, pero no tan bien si tienes tus pantalones. Cuando tuve mi primer masaje, dejé el mío puesto, y cuando me di cuenta de que debería haberlos quitado, ya era demasiado tarde. El tacto no siempre es algo seguro en la vida de las personas. No toco a los clientes al azar. Les doy la mano. Les pregunto cómo están y qué necesitan. No es sólo, "Hola, desnúdate, súbete a la mesa". Se necesita una gran cantidad de confianza para que las personas permitan que alguien fuera de su círculo las toque. A algunas personas les resulta más fácil que un extraño las toque. Como soy una profesional, la relación es clara: me pagan para que les ayude a sentirse mejor. El masaje para mí es como la meditación. Se trata de aclarar mi mente y estar tan presente en el momento como sea posible. Cualquiera puede hacer algo así nomás (unos simples movimientos de amasamiento). Pero es su presencia y conexión lo que hace que el trabajo sea profundo. Intento leer pequeños signos de malestar. Podría sentir que un cliente me está alejando de un área en particular. O una expresión facial puede darme una pista. Trato de no frustrarme con la dificultad de alguien para dejar ir. Las personas tienen más problemas para soltar su estructura pélvica: glúteos y caderas. Y cuando están luchando, pienso, vamos, déjalo ir, déjalo ir. Cuando siento que alguien finalmente se relaja, me digo a mí misma: ¡Sí! Colocar una sábana sobre las partes en las que no estoy trabajando permite un límite claro entre el cliente y el masajista. Trabajo solo en el área que está descubierta y los clientes lo saben, por lo que no tienen ansiedad. Nueva York tiene pautas específicas sobre esto. Al principio pensé que eran demasiado, pero ahora aprecio la claridad. Recientemente tuve un cliente que no era nada modesto. Estaba bromeando acerca de las sábanas, pero eso hizo que las cosas se sintieran seguras para mí, en caso de que tuviera alguna percepción errónea. Muchas personas, hombres y mujeres, no quieren un terapeuta masculino debido a la idea errónea de que existe una conexión sexual con el masaje. A veces las mujeres tienen miedo de acudir a un hombre porque temen que la vea a través de los ojos de un hombre de la calle. Pero es nuestra obligación ver las cosas de manera profesional. Si vas al médico para un examen de senos, confías en que tu médico está mirando tus senos como un trozo de tejido. Lo mismo pasa con nosotros. Hay diferentes tipos de contacto: cómo tocas a tu madre, cómo tocas a tu compañero de vida, y la forma en que toco a cualquier cliente pertenece a su propia categoría. Entonces, aunque te estoy tocando, hay ciertos niveles de intimidad que no me estoy permitiendo alcanzar. Pero tampoco estoy “no tocándote”… no me estoy distanciando. Si no se establece esa conexión humana, se pierde una enorme cantidad de eficacia. 
Tenemos nuestras respuestas emocionales hacia las personas, pero tenemos que reconocerlas y saber dónde ponerlas. Como cualquier profesional de la salud, también nos hacemos vulnerables. La primera vez que se conoce a un cliente, no se sabe quién es esta persona. También es más fácil trabajar con algunos clientes que con otros. Una vez, una cliente vino a verme mortificada porque no se había afeitado las piernas. Había leído en un artículo que las piernas sin afeitar eran motivo de preocupación para los masajistas. Le dije: "Trabajo con hombres que tienen mucho más vello que las mujeres y eso no entra en la sesión". Pero aún así creó un bloqueo en su capacidad para relajarse. 
 Somos una cultura activa de "vamos al gimnasio!", pero no somos una cultura de estar en casa con uno mismo. Después de haber trabajado en muchos cuerpos, se ve con las manos.
Ya no ves con tus ojos. No necesito mirar, mis manos lo saben." Rona Berg es la autora de Beauty: The New Basics (Workman).
  • ¿Qué está pensando realmente tu masajista? 
Él tiene sus manos sobre tu carne desnuda, entonces, ¿qué está pensando realmente?
Rona Berg informa sobre la vista desde arriba de la camilla de masaje. 
por Rona Berg https://www.oprah.com/health/what-masseuses-think-about-during-a-massage 
 Cuando nos desnudamos frente a un completo extraño, y luego dejamos que ese absoluto extraño nos toque, ¿esa persona se está concentrando en nuestra celulitis? ¿O pensando, simplemente amasaré esta masa de tejido, que pertenece al cuerpo número 18 que yace aquí hoy? La relación entre el cliente y el masajista es íntima. ¿O no? Judith Levinrad Norman, instructora del Instituto Sueco en la ciudad de Nueva York, la escuela de masajes más antigua de los Estados Unidos, describe lo que el terapeuta aporta: “No soy tímida, soy una persona extrovertida, pero sé que existe la posibilidad de sentir un poco de ansiedad durante un masaje. Prefiero que la gente se sienta lo suficientemente cómoda conmigo como para quitarse la ropa. Si, por ejemplo, tienes problemas en la espalda baja, hay cosas que puedo hacer para acceder a esos músculos, pero no tan bien si tienes tus pantalones. Cuando tuve mi primer masaje, dejé el mío puesto, y cuando me di cuenta de que debería haberlos quitado, ya era demasiado tarde. El tacto no siempre es algo seguro en la vida de las personas. No toco a los clientes al azar. Les doy la mano. Les pregunto cómo están y qué necesitan. No es sólo, "Hola, desnúdate, súbete a la mesa". Se necesita una gran cantidad de confianza para que las personas permitan que alguien fuera de su círculo las toque. A algunas personas les resulta más fácil que un extraño las toque. Como soy una profesional, la relación es clara: me pagan para que les ayude a sentirse mejor. El masaje para mí es como la meditación. Se trata de aclarar mi mente y estar tan presente en el momento como sea posible. Cualquiera puede hacer algo así nomás (unos simples movimientos de amasamiento). Pero es su presencia y conexión lo que hace que el trabajo sea profundo. Intento leer pequeños signos de malestar. Podría sentir que un cliente me está alejando de un área en particular. O una expresión facial puede darme una pista. Trato de no frustrarme con la dificultad de alguien para dejar ir. Las personas tienen más problemas para soltar su estructura pélvica: glúteos y caderas. Y cuando están luchando, pienso, vamos, déjalo ir, déjalo ir. Cuando siento que alguien finalmente se relaja, me digo a mí misma: ¡Sí! Colocar una sábana sobre las partes en las que no estoy trabajando permite un límite claro entre el cliente y el masajista. Trabajo solo en el área que está descubierta y los clientes lo saben, por lo que no tienen ansiedad. Nueva York tiene pautas específicas sobre esto. Al principio pensé que eran demasiado, pero ahora aprecio la claridad. Recientemente tuve un cliente que no era nada modesto. Estaba bromeando acerca de las sábanas, pero eso hizo que las cosas se sintieran seguras para mí, en caso de que tuviera alguna percepción errónea. Muchas personas, hombres y mujeres, no quieren un terapeuta masculino debido a la idea errónea de que existe una conexión sexual con el masaje. A veces las mujeres tienen miedo de acudir a un hombre porque temen que la vea a través de los ojos de un hombre de la calle. Pero es nuestra obligación ver las cosas de manera profesional. Si vas al médico para un examen de senos, confías en que tu médico está mirando tus senos como un trozo de tejido. Lo mismo pasa con nosotros. Hay diferentes tipos de contacto: cómo tocas a tu madre, cómo tocas a tu compañero de vida, y la forma en que toco a cualquier cliente pertenece a su propia categoría. Entonces, aunque te estoy tocando, hay ciertos niveles de intimidad que no me estoy permitiendo alcanzar. Pero tampoco estoy “no tocándote”… no me estoy distanciando. Si no se establece esa conexión humana, se pierde una enorme cantidad de eficacia. 
Tenemos nuestras respuestas emocionales hacia las personas, pero tenemos que reconocerlas y saber dónde ponerlas. Como cualquier profesional de la salud, también nos hacemos vulnerables. La primera vez que se conoce a un cliente, no se sabe quién es esta persona. También es más fácil trabajar con algunos clientes que con otros. Una vez, una cliente vino a verme mortificada porque no se había afeitado las piernas. Había leído en un artículo que las piernas sin afeitar eran motivo de preocupación para los masajistas. Le dije: "Trabajo con hombres que tienen mucho más vello que las mujeres y eso no entra en la sesión". Pero aún así creó un bloqueo en su capacidad para relajarse. 
 Somos una cultura activa de "vamos al gimnasio!", pero no somos una cultura de estar en casa con uno mismo. Después de haber trabajado en muchos cuerpos, se ve con las manos.
Ya no ves con tus ojos. No necesito mirar, mis manos lo saben." Rona Berg es la autora de Beauty: The New Basics (Workman).